DINERO Y FELICIDAD
Decir que el dinero no da la felicidad tomando estos dos conceptos en términos absolutos, puede revelarse como una gran verdad, entre otras cosas porque la felicidad integral a la que aspiramos, que bien pudiera ser la expresada por la novelista francesa George Sand, de amar y ser amados, no tiene nada que ver con el vil metal. No obstante, bajándonos a la mundana y cotidiana relatividad, donde el amor tiende a ser el pasatiempo que realizamos cuando esperamos en la cola de los adoradores del Becerro de Oro, la felicidad se compra y se vende con tal naturalidad que hasta algunos te la ponen en un catálogo, y lo peor es que a nadie le da por correr a estacazos a estos mercaderes que infectan el templo de nuestra dignidad. La situación ha llegado a tal límite que aquella Economía de la felicidad que el economista Richard Easterlin pergeñó a mediados de los 70, dando como resultado su famosa Paradoja Easterlin, en la que introduciendo estadísticas de felicidad de la población en modelos econométricos demostró que el dinero no nos hace más felices -poniendo, además, como ejemplo de infelices nada menos que a EE.UU. y a Japón-, ha claudicado ante el signo de estos tiempos. El culpable ha sido un estudio de reciente aparición en el que otro económetra, un tal Martin Bal, demuestra analíticamente, tomando como base los valores de felicidad de un panel de 42 países, entre los cuales se encuentra España, que el dinero ha pasado de no comprar nada a comprar “algo” de dicha.
Supongo, que si la evolución de esta estimación sigue su tendencia lo peor no será pedir una hipoteca para ser felices, sino acabar como el protagonista de aquella cinta de Norman Jewison, El Violinista en el Tejado, cuando en el tema Si yo fuera rico cantaba: “Señor, Tú que creaste al león y al cordero. / Me sentenciaste a ser lo que soy. / ¿Arruinaría algún plan eterno si fuera rico?”.
Diario CÓRDOBA (22-II-2006)
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