NIÑOS Y MOTIVACIÓN
Uno de los pasatiempos que más delectación me producen es ver jugar a mi hija con sus amigos. Hay tanta pasión, creatividad, responsabilidad y compromiso en el desarrollo de sus divertimentos que uno llega a sentir que por las venas de los niños corre sangre de héroes, filósofos, santos y hasta buenos políticos. Es obvio que ante esta demostración innata y todopoderosa de virtudes en la que los pequeños consagran el juego, los adultos no tengamos más remedio que sentir el pavor de no estar a la altura de adaptar el sistema educativo a esta omnipotente y positiva energía infantil. O lo que es lo mismo: los educadores somos los únicos responsables del fracaso de los educandos cuando no somos capaces de educarlos con el grado de motivación necesario para que ellos pongan en marcha esas potencias que además de ser patrimonio de todos los niños, certifican su serio compromiso con la vida. Por ejemplo, jugar para un infante es el acto más grave y elevado que ningún ser humano haya podido realizar bajo el sol.
Últimamente, el concepto de “el valor del esfuerzo” se ha puesto de moda y desde los ámbitos políticos y educativos se nos presenta como la panacea al fracaso de la educación social de la infancia cuando realmente éste sólo es un acto reflejo de la motivación. O sea, es como decir, verbigracia, que lo crucial del Camino de Santiago es la acción enérgica que se ha realizar para concluirlo y no el motivo por el que se ha de llevar a cabo. Tal vez por esta contradictio in terminis los niños de Educación Primaria españoles hayan elegido en un reciente estudio de la ONG Aldeas Infantiles SOS sobre “El valor del esfuerzo” al piloto Fernando Alonso y al futbolista Ronaldinho. Está claro que cuando se les preguntó en la encuesta a los alumnos sobre quiénes eran su modelo a seguir en cuanto a superación y esfuerzo eligieron aquellos que hacían lo que a ellos más les motivaba.
Diario CÓRDOBA (19-IV-2006)
fdancausa@wanadoo.es
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