PUBLICIDAD SUBLIMINAL
La Ley que regula las actividades de radiodifusión televisiva dice en su artículo 12 que “la publicidad deberá ser fácilmente identificable y diferenciarse claramente de los programas gracias a medios ópticos, acústicos o ambos”. Esto, verbigracia, extrapolado al cine quiere decir que cada vez que Sharon Stone, en Instinto Básico, abreva descaradamente la rijosidad de Michael Douglas con una conocida marca de güisqui escocés; o cuando Tom Cruise, en Risky Business, viriliza su cara de niño bueno con la rebelde angulosidad de un modelo de gafas de sol de marca legendaria, debería de irrumpir en el medio alguna señal que indicara a nuestra conciencia que estamos convirtiéndonos en clientes potenciales de una acción de marketing. Por supuesto, como estos avisos no aparecen, estamos siendo victimas de la versión ilegal de lo que en el argot publicitario se denomina product placement o publicidad indirecta. En el caso de las series nacionales de las televisiones generalistas españolas esta práctica llega al paroxismo. Y es que según un reciente estudio del prestigioso Instituto Sofres, en la programación de diciembre de 2005 de cuatro de las cadenas de mayor audiencia, se produjeron más de medio millar de casos de publicidad subliminal. Aunque también hay una versión legal -que no lícita- de la publicidad indirecta, quizá menos ramplona pero no exenta de oportunismo. Sino que se lo pregunten a un portavoz anónimo del Vaticano que ante el alubión de regalos de marcas comerciales dirigidas a Benedicto XVI para su hipotético uso personal ha tenido que salir recientemente al quite para dejar claro que el Papa ante este absurdo intento de convertir a su persona en un product placement, sonríe… tal vez desde la certeza de saber que la publicidad que triunfa es aquella que lo primero que publicita es nuestra libertad; y esta nunca es subliminal.
Diario CÓRDOBA (3-V-2006)
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