EL CÓDIGO DA VINCI
Cuando a Jesús, un grupo de escribas y fariseos, le presentaron a la mujer adúltera con ánimo de probarlo y de paso lapidar a ésta, él, en aparente indiferencia “escribía con el dedo en la tierra”. Más como ellos seguían insistiendo, el Maestro les instó a que el que estuviera libre de pecado tirara la primera piedra. Uno a uno, se fueron marchando hasta quedar sólo el Rabbí y María Magdalena. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¿nadie te ha condenado?”. Contestando ella: “Nadie, Señor”. Respondiéndole Jesucristo: “Yo tampoco te condeno. Vete en paz y no peques más”. Supongo que algunos de los que se marcharon tragando bilis sin entender la lección moral del hecho, ni la misericordia divina para con la mujer adúltera, elucubrarían en su aviesas mentes cierta relación rijosa o mundana entre la pecadora y su salvador, para así justificar el tufo de su inmoralidad y de paso intentar mancillar la fama del Maestro; aunque, para los que nos solemos congregar alrededor de este fragmento del evangelio de san Juan con la piedra de la hipocresía en la mano esperando ser indultados de su peso, la interpretación de esta historia es otra muy distinta. No obstante, y aunque parezca más fruto de un thriller que de la propia realidad, un libro, El código Da Vinci, ha venido a dar visos de veracidad a la hipótesis de que uno de los discípulos de aquellos escribas y fariseos que tragaban bilis con las obras del Nazareno, vive en USA y se llama Dan Brown; aunque esto no es todo: ahora, y en vista de la pasta que ha dejado el tocho, viene el director de Una mente maravillosa, Ron Howard, y hace del bets-seller una película, y de su prestigio taquilla. Que pena que a estos escribas y fariseos nunca les de por pensar que pudo escribir Jesús aquel día en la tierra. Quizá tengan miedo a descubrir su epitafio: “…perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Diario CÓRDOBA (24-V-06)
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