Hombres y árboles unidos por un mismo destino
Entre las muchas cosas que el hombre necesita tener a mano para entender su destino, está el árbol. Y digo esto, porque no es de extrañar que, cuando muchos nos acercamos a esta planta de tronco leñosos y elevado, y nos enfrentamos a su realidad viva, poderosa, prolija buscadora de bóvedas celestes y generosa de esa humildad de la encina de Machado, “que cede sólo a la ley de la vida”, sintamos el peso de la coyunda que une la esencia de su savia con nuestra sangre desde la noche de los tiempos. No es gratuito, tampoco, que ya en el siglo III al filósofo Porfirio no se le ocurriera otra metonimia que la del árbol, para estructurar la ley de la extensión y la comprensión de ni más ni menos que el universo, hecho por otra parte nada incongruente, ya que según el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot, "el árbol representa, en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a la inmortalidad"; o que el Maestro personificara en este arborescente hermano, los frutos de nuestras obras. Y es que seamos o no conscientes de ello, hombres y árboles, filosóficas cadenas donde los mundos subterráneo, terrenal y celestial concatenan los eslabones que han de soportar la descomunal tensión que existe entre el bien y el mal, estamos unidos por un mismo hado: huir de la horizontalidad de la muerte. Está claro que es precisamente este plano horizontal, ralo de vegetación, el que ha detectado el Laboratorio de Teledetección (LATUV) de Europa. En Andalucía, al día de hoy y según los responsables de este programa científico, la situación es “malísima”.
Los incendios forestales y la sequía, in crescendo, siguen siendo la bestia negra que hará -si no se remedia- que algún día aquello del dicho popular de que en la vida -además de tener un hijo y escribir un libro- hay que plantar un árbol, sólo sea sembrar eriales de tristes y dispersos monumentos en honor a la soledad del hombre.
Los incendios forestales y la sequía, in crescendo, siguen siendo la bestia negra que hará -si no se remedia- que algún día aquello del dicho popular de que en la vida -además de tener un hijo y escribir un libro- hay que plantar un árbol, sólo sea sembrar eriales de tristes y dispersos monumentos en honor a la soledad del hombre.
Diario CÓRDOBA (6-VII-2005)