martes, abril 18, 2006

PEDRO CASALDÁLIGA


Chesterton, con reverencia devota, escribió que Jesús de Nazaret, en su paso por este mundo, hubo algo que -por ser demasiado grande para que Dios nos lo mostrara- nos ocultó en sus silencios repentinos y en sus impetuosos aislamientos, esto es, Su alegría. Precisamente esta es la sensación que uno tiene cuando se acerca a la personalidad del jesuita Pedro Casaldáliga, el obispo de los pobres. En su cuerpo enjuto de perseguir al Maestro, es su mirada insomne de oración, en sus gestos recortados de humildad y en su escuálida voz de semántica profética se esconde una desbordada alegría, tal vez la de saberse instrumento preciso de Aquel que dejó en herencia el Reino de los Cielos a los desheredados de la tierra, con los que además de compartir el pan comparte el aliento. Es cuanto menos curioso que don Pedro -como le llaman con devoción sus acólitos de Brasil-, alejado de todo sentimiento que le impida ver el bosque de la Palabra –entre ellos el nacionalista-, haya recibido recientemente con místico desapego el XVIII Premio Internacional Cataluña, aún a pesar de que Pasqual Maragall haya tenido que trasponer hasta la ciudad brasileña de Sao Félix do Araguaia, para entregárselo en mano. Aunque eso sí, la cobertura informativa del evento la ha aprovechado -con la sencillez de la paloma y las astucia de la serpiente- para arremeter contra el sistema capitalista neoliberal que nos asfixia culpándolo con imperativo mesiánico de “reducir la vida a un mercado y enmarcar las mentes en un pensamiento único”. Esto la mayoría lo sufrimos; aunque lo que no todos practicamos es lo que ha renglón seguido nos dice: “humanizar la humanidad es la misión de todos”. Es obvio que en la praxis de esta intelectualización evangélica estriba la diferencia entre su profunda alegría y nuestra insondable y perenne desazón.

Diario CÓRDOBA (12-IV-2006)
fdancausa@wanadoo.es

LIBERTAD RELIGIOSA

Todos los que de alguna manera hemos estudiado las consecuencias de la última dictadura española, tenemos claro lo nocivo que es para los derechos humanos el abigarramiento de religión, sociedad y política. Incluso diría más: si la Religión se impone, ésta queda despojada de uno de los argumentos de paternidad que Dios ha dado al hombre: la libertad. Actualmente en España y gracias al Articulo 16 de nuestra Constitución, la libertad religiosa está garantiza e incluso ha llegado a materializarse en una equilibrada convivencia entre las distintas confesiones que se asientan en nuestro país, verbigracia, cristiana y musulmana. No obstante, esto no quita que se mire con cierto recelo la posible influencia que del fundamentalismo religioso de ciertos países árabes-musulmanes pueda llegar a nuestras fronteras, y cuyo principal ardid es el de intentar imponernos un sistema político-religioso imposible de admitir en un Estado de Derecho. Es decir, y como describe acertadamente el jesuita egipcio Khalil Samir: por una parte tendríamos a quienes nos quieren imponer un proyecto global sociopolítico, que incluye a la religión y a la cultura, y por otro a una civilización global, que es la occidental, la cual ya no se reconoce religiosa, aunque sus fuentes y raíces sí lo sean. Una buena muestra de esta ingenua secularización es la pobre repercusión que ha tenido en la opinión pública española el pasotismo de las tropas de Occidente en Afganistán a la hora de garantizar los derechos de Abdul Rahman, un afgano que por declararse cristiano ha tenido que arrostrar, recientemente, el peso de la sharía (ley islámica).

EDUCACIÓN PARA LA SALUD

Muchos de los que tenemos hijos en edad escolar, cuando recibimos las calificaciones trimestrales, y éstas son buenas, sentimos con regocijo una especie de instinto premonitorio de que el destino de nuestros deudos se alinea con el futuro que ansiamos para ellos. La mayoría, quizá adocenados por siglos de ortodoxia educativa, observamos el universo de asignaturas que tapiza el boletín informativo como el que contempla las estrellas: sabemos que todas titilan, pero no nos preocupamos de si falta alguna. Tal vez ahí esté el error de administraciones y educadores, ya que con que sólo nos asomemos de soslayo a la realidad que acucia a nuestros escolares comprenderemos que no sólo las Matemáticas, la Lengua, la Educación Física y, verbigracia, el Inglés, son armas suficientes para luchar, por ejemplo, contra la drogadicción, los trastornos alimenticios, la enfermedades de transmisión sexual y hasta la sexualidad mal entendida. Por supuesto, los progenitores y/o tutores tenemos también responsabilidad en estos asuntos, pero lo que sí está claro es que la Escuela, de una manera colegiada, ha de garantizar unos mínimos en todo aquello que tenga que ver con el desarrollo humano de la población escolar.
No me extraña que por este motivo, recientemente, el sindicato de enfermería SATSE de Córdoba, a través de su secretario provincial Manuel Cascos, pusiera el dedo en la llaga dejando entrever que en el diseño curricular de nuestros alumnos falta una asignatura: Educación para la Salud. Estoy convencido de que si una enfermera educara a nuestros hijos en todo aquello que a su salud conviene, además de ahorro en la sanidad española, conseguiríamos que el hado que deseamos para nuestro alumnado estuviera mucho más cerca de ser un futurible.
Diario CÓRDOBA (29-III-06)
fdancausa@wanadoo.es

LA TREGUA DE ETA

Parece ser que el árbol de Arzallus, ese que cuando se le arrea un empellón da nueces explosivas, ha decidido reconciliarse con la primavera para, quizá, intentar atraer de nuevo a la paloma de Alberti y ya, de paso, convencerla de que no estaba equivocada. Esperemos, realmente que no esté esta vez en el error, pues ya van cuatro las veces que la ETA revolotea el nido de la paz duradera, devorando en tres de ellas los huevos de la esperanza. La verdad es que cuando ayer aparecía inopinadamente en los mass media la noticia de la tregua total de la banda terrorista, nuestro primer impulso fue el mismo que el de los alcaldes socialistas vascos, esto es, descorchar una botella de champagne y respirar hondo, pero no sé porque clase de suerte melancólica empezamos a sentiros dentro de esos “ausentes involuntarios” entre los cuales también incluía hace una horas el alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, a la víctimas del terrorismo. Por supuesto, nuestra ausencia no es de la vida, como los inmolados por el terror, sino de la creencia de que el lobo haya decido bajar del monte para casarse con Caperucita Roja. Circunstancia para la cual preferimos la cautela y la prudencia que ayer mismo recomendaba Zapatero en el Congreso de los Diputados. Pero lo que más nos escama no es que la ETA en el comunicado de alto el fuego no hable de proceso de paz sino “democrático” -sin abandono explicito de las armas-, ni que en sus peticiones de soberanía se escondan dos tazas llenas de separatismo rabioso, sino el oscuro baile de coincidencias con que se nos vende la tregua.
Y es que eso de que la ETA cante un día después de la proclamación de Cataluña como nación y dos antes de que el juez Grande-Marlaska le abra la puerta del talego a Otegui huele a experimentos políticos, que como decía el gran estadista inglés Disraeli siempre acaban en revolución.
Diario CÓRDOBA (23-III-2006)

INFANCIA Y PRIMAVERA

La primera vez que leí Ortodoxía, de Chesterton –ejercicio que recomiendo a todo el que quiera refrescar su espiritualidad en los manantiales del sentido común- hubo algo que me sorprendió por ser cotidianamente obvio, y por imperdonablemente habérseme olvidado. Decía -hablando en términos generales de la infancia- que los niños, que rebosan vitalidad por ser espíritus libres y altivos, nunca se cansan de la repetición de aquello que les produce alegría; de ahí que cuando alguien, por ejemplo, les hace alguna gracia que a ellos les provoca regocijo, no dudan en pronunciar expeditivamente aquella frase a la que muchos de los que bregamos con infantes estamos acostumbrados y que no es otra que la de “¡hazlo otra vez!”. Por supuesto, los adultos volvemos a hacerlo una y otra vez mientras nos deslizamos por la pendiente del hastío, evacuados de aquella capacidad que siendo niños tuvimos de gozar chapoteando en la monotonía. Esta feliz regla de la reincidencia, también se da en la Naturaleza pues el Sol y la Luna aparecen todos los días. Tal vez -propone Chesterton- Dios no se haya cansado de llamarlos a escena, como tampoco se cansa de, en cada primavera, hacer por separado, verbigracia, margaritas idénticas una a otras. Quizá -plantea el escritor- el Creador tiene el eterno instinto de la infancia y nosotros de tanto pecar hayamos prematuramente envejecido, siendo nuestro Padre más joven que nosotros. Por ello, la época vernal que ahora principia espera humilde un año más a que cada flor estalle de infancia en nuestra alma, como el presagio de un Dios que aguarda a que el ser humano en cada generación se haga niño para salvarlo de su drama de hombre.
Mientras escribo este artículo un gorrión desatado de primavera se ha posado un instante sobre la reja de mi ventana. Ya se ha ido…; aunque con su misma vehemencia les aseguro que he sentido el deseo de poder decirle: ¡hazlo otra vez!
Diario CÓRDOBA (22-III-2006)