jueves, abril 27, 2006

ORACIÓN Y SALUD


Siempre he creído que lo peor del ser humano no es su fragilidad, sino el no saber a quién recurrir cuando la experimenta. Está situación, para expresarla de una manera gráfica, es como imaginarse el fresco de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina, donde se halla representada la Creación de Adán, sin el Creador: sólo nos quedaría Adán con su brazo lánguidamente extendido hacia la nada. Aunque no nos asustemos: sabedores los miguelángeles de todas las épocas de que la “nada” nos da pánico, nunca han pintado solos a los adanes. Es más, algunos han descubierto que pintando ciertos dioses la fragilidad del prójimo puede ser muy rentable: materialistas, consumistas, hedonistas…Y si además, a estas deidades se les da un barniz de sacralidad, Adán creerá que reza mientras otros recogen en metálico el fruto de sus oraciones… y de sus fuerzas. Esta, al menos, es la sensación que uno tiene del creciente fenómeno New Age, donde a base de un tosco sincretismo religioso, aderezado de descontextualizadas disciplinas espirituales como, por ejemplo, el zen, el tai chi o las prolijas modalidades de yoga, algunos estrategas del marketing suplantan nuestra necesidad de orar, por una especie de meditación profunda en la que por querer encontrarnos con nuestro “propio yo” no sólo perdemos nuestro mundo sentimental, imaginativo y racional, sino, a veces, hasta la brújula de la liberta: la conciencia, acabando de nuevo en la enfermedad de este siglo: la soledad. Menos mal que el padre Daniel Hall, estadounidense y cirujano, no contento con el testimonio de su sacerdocio, ha demostrado, hace poco, científicamente que la oración, esa que nos conecta con el Otro en un diálogo personal y amoroso, no sólo combate la enfermedad, sino que aumenta la esperanza de vida. Puede que rezar no esté de moda, pero es obvio que nos libra de la fragilidad de este mundo.

Diario CÓRDOBA (26-IV-2006)