JUVENTUD Y REBELDÍA
En una entrevista que la periodista argentina Rita Guibert realizó al genio agudo y sensitivo de Pablo Neruda, poco después de ser galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, éste, refiriéndose a la emergente militancia política de la juventud de izquierda católica de su país, declaraba que es importante que ésta sienta rebeldía; aunque “si esta rebeldía juvenil encauza a la acción individualista, personal, directa, desligada de las organizaciones, desligada del pueblo, sobre todo desligada de la clase obrera, entonces va mal”. Y si desde luego, “esta juventud después de su rebeldía tiende a la comprensión del movimiento obrero y de las grandes organizaciones de la izquierda, entonces está bien”. Es obvio, que el ideal juvenil y rebelde que definía el poeta era un estado -independientemente de las connotaciones políticas- imbuido de un gran compromiso social y cargado de valores positivos. Es decir, que las revoluciones productivas que los jóvenes han realizado a lo largo de la historia han sido fruto de una clara voluntad moral. No obstante, este carácter volitivo que todos dábamos por sentado como el predicamento de la rebeldía propia de la juventud, resulta que, según un reciente estudio elaborado por investigadores de la Universidad de College de Londres, sólo es consecuencia de una serie de cambios cerebrales que se producen en la adolescencia y que, además y como casi todo en la vida, se cura con el tiempo. O sea, que ser rebeldes no tiene una explicación sociológica sino médica.
Está claro que para los que seguimos pensando y como escribía Schopenhauer que la rebeldía es la virtud original del hombre, ser joven y rebelde positivamente es sencillamente reflejar en nuestras obras la inmortalidad del alma, de tal manera que, a veces, hasta la ciencia recoge las migajas de la verdad.
Diario CÓRDOBA (5-X-05)